Cada tanto, Facebook me recuerda alguna de las obras que solía compartir con mis amigos durante la pandemia. Cuando el confinamiento, el dolor y la incertidumbre escribían el guion de nuestras vidas, hallé más consuelo en el arte. Me propuse crear una pequeña obra cada día y al final de la tarde, compartirla con mis amigos desde la distancia. A veces les pedía que encontraran un rostro oculto, otras veces les causaba gracia mis ironías o simplemente se identificaban con la desesperación que evidenciaban mis pinceles. Perdí la cuenta de los cientos de collages y acuarelas que pinté, pero cada tanto aparecen como fantasmas para recordarme no solo cómo me sentía tal día de agosto, sino también lo frágiles que podemos ser ante la severidad del tiempo y el sueño eterno de nuestros seres queridos.